jueves, 21 de julio de 2011

SER MADRE (I): EL ANUNCIO

Una de las experiencias más maravillosas que hay en la vida es la de ser madre. Cuando te dicen que vas a tener un hijo, no eres ni medio consciente de lo que se te viene encima. Sólo piensas en el bebito pequeño, en si estará haciéndose bien, en si serás capaz de sacarlo adelante, en buscarle un nombre y pelearte con tu pareja por este motivo.

Y empiezas a comprar patucos y faldones de una manera desaforada, y el carro, la sombrilla, miles de chupetes, capotas para el invierno… Un hijo debería venir con una casa nueva, porque todo el “material” necesario para sacarlo adelante ocupa dos veces la habitación del matrimonio.

La cuna, el cambiador, el parquecito, los miles de peluches que adornan la cuna, la butaca de la habitación para darle el pecho, una cómoda para la ropa, una lámpara de pie que emite destellos o refleja en el techo lunas y estrellitas, una lámpara de techo con ositos, papel para la habitación con cenefas de jirafas, un estor ideal en la ventana … y piensas… Ya está, ya puedes venir, tienes tu habitación preparada…

Y tú te empiezas a comprar ropa para el embarazo. Que es absolutamente deprimente y tremenda, pero como te la pruebas al principio, cuando casi no se te nota, estás mona y graciosa. El problema es cuando te pones esa misma ropa embarazada de ocho meses… Puaj! Sin comentarios… Todavía no está lograda la ropa de embarazada… y lo siento por todas esas marcas que lo intentan. Todavía no habéis conseguido que estemos monas arregladas durante nuestros embarazos.

Durante el embarazo tienes una capacidad visual sorprendente de ver otras embarazadas, te cruzas con miles de carritos con niños, y más que nunca te das cuenta de la cantidad de niños pequeñitos que hay con Síndrome de Dawn. Y cada vez que ves uno, te tocas la tripa y miras hacia otro lado, porque no vas a estar segura de que todo va bien hasta que no le veas la carita, las manitas, los piececitos a tu ratón … y la gente que te rodea tiene una capacidad infinita de contarte dramones que le pasan a conocidas supercercanas durante sus embarazos o en los partos… De enfermedades no detectadas hasta el nacimiento y que podrían haberse curado si el ginecólogo hubiera puesto un poquito de interés en ese embarazo… Y tú empiezas a pensar si tu ginecólogo estará poniendo interés o serás una más en la lista de espera de su consulta…

Para tu pareja, durante el embarazo, dejas de ser una mujer, y pasas a ser la portadora de su heredero, y te cuida más que nunca, te trata con ternura, se preocupa de tu alimentación, pero no porque tú le importes más que antes, sino porque tienes que hacer bien lo que llevas dentro. Y las mujeres no nos damos cuenta de que hay que aprovechar ese momento, porque el día que nace el niño, se dejan de preocupar por ti, y el retoño pasa a ser el centro de atención de su mundo.

Y tu, mientras, te vas convirtiendo poco a poco en un marsupial… Empiezas a coger un volumen descomunal, y crees firmemente que nunca, nunca, nunca más volverás a ser la misma… Esa sensación no la pierdes hasta que ha pasado bastante del nacimiento del niño. Hasta el quinto mes no llevas mal el tema del volumen… Quizá ha habido mareos matutinos, ascos a determinados olores (¿por qué todas cogemos un asco horrible a la colonia de nuestros maridos?) y alguna que otra pota después de la cena… pero hasta el quinto mes vas bien, dignamente y bastante bien… A partir del quinto empiezas a notarte, empiezas a sentir que existes, pero con una existencia pesada y ardua y de ahí en adelante, caes en picado… Cuando te metes en la cama te cuesta dormirte, cada vez que quieres moverte, te despiertas y lo tienes que pensar, “voy a moverme, me voy a girar, voy a cambiar de postura, venga, uno, dos, tres, giro!”, y ya al final del embarazo, el gemelo decide tomar vida propia y se sube y se baja por tu pierna a discreción, mientras tu le gritas a tu pareja: “traeme un plátano que necesito (k) potasio!!!!!!!”. Te cambia el termostato y tienes un calor tremendo a todas horas, y lo más peor es cuando ya no te puedes ni poner los zapatos… pero no porque no te puedas agachar a ponértelos, que también se da la circunstancia, sino porque ya no te caben, y acabas yendo en chancletas o con alpargatas sin meter…

El susto definitivo viene la mañana que te levantas y no te ves los pies!!!! Qué momento!!! Una especie de globo aeroestático te impide vértelos… Y piensas “Oh! Dios Mio, esto se está desmadrando!!! Hasta donde voy a darme de si!!!!” … ¿Esto tiene fin o voy a pintar de gotéele toda mi casa el dia que reviente?."

Y mientras todo el mundo te dice lo guapísima que estás, y cuanto más te lo dicen más gorda estás, porque es bien sabido que las gordas no tienen arrugas, porque las tienen rellenas, y tú que en una situación normal eres un espaguetti con arrugas, al estar como una ballena varada no tienes ninguna, y por eso todo el mundo te habla de lo “bella” que estás en este embarazo… Cuanto más gorda, más bella… Casi es mejor que te digan que tienes mala cara, porque así sabrás que no estás tan gorda como crees…,

Eres realmente consciente de lo que llevas dentro cuando vas al ginecólogo. En las ecografías. Cuando te hacen la primera, sólo ves un haba que aparentemente late, después le salen cuatro protuberancias, que son las piernas y los brazos, y oyes su corazón que late como una manada de caballos corriendo por el desierto de Tejas; mas tarde, ya tiene forma y piensas: “¡¡Coño, que tiene forma de persona, que es un ser humano de verdad!!” y te dicen lo que mide el fémur, y tú se lo cuentas a todo el mundo: “Dice el medico que va a ser larguísisisisimo, porque tiene un fémur enooooooooorme!”; al final consigues verle sólo la oreja y parte del ojo, porque ya está totalmente desmesurado.

Y comienzan los agobios del final… Y piensas “¿Esto que llevo dentro, por donde pretenderá salir?” … “No será mejor que me lo saquen por la boca, yo creo que es más grande que lo “otro”…” Y empiezan los deseos de la peña de: “Que tengas una hora cortita…”, “Voy a pedir a Santa “Fulana” por un buen parto”… Y tú te agobias a lo bestia pensando en el día del nacimiento de tu hijo… ¡¡¡Qué ignorante!!! El agobio debería venir detrás…

Un parto de un hijo es un día… Un hijo es una vida entera a partir de ese día… Pero de esto no te das cuenta hasta el segundo hijo.

(Este post se lo dedico a mi superamiga P., y digo amiga, porque es absolutamente maravillosa como tal, y digo super, porque acaba de tener su cuarto hijo y su hijo mayor tiene cuatro años. No sé como decirle que la admiro sin que ella se ría. Ella no me cree, pero no la puedo admirar más... la admiro una barbaridad... Y ella se ríe, sonríe, es feliz... Y yo sólo la puedo admirar...)

2 comentarios:

Paloma dijo...

Es fácil ser feliz cuando tenemos a nuestro lado personas tan increíblemente maravillosas como tú. Gracias por existir, por haberme elegido como amiga, por tu cariño infinito, por tu apoyo incondicional y, como digo siempre, por hacerme sonreir. Te quiero mucho.

Mara dijo...

Te quiero P.

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