Érase una vez una vaca que vivía y pastaba tranquila por el campo. Todo iba bien en su vida vacuna, no tenía problemas. Sus amigas la querían, la tenían en cuenta a la hora de dar paseos, y ella estaba a gusto y feliz con su vida.
La vaca era gorda. Muy gorda. Pero eso no suponía un problema para su día a día, ya que todos la aceptaban, admiraban y querían tal y como era… y a ella no le importaba lo más mínimo lo que pensasen los demás de su gordura… Además, el hecho de estar tan gorda hacía que diera más leche que otras y eso conllevaba que su dueño la tuviera en una muy alta estima.
La vaca fue ella misma siempre, hasta que encontró al que creía que era toro de su vida …
El toro era un toro bravo, zaino, semental. Se llevaba bien con toda la pradera. Todos le respetaban y querían. Era el típico toro que toda madre-vaca querría para su vaquita.
La vaca no sabía muy bien cuales era sus sentimientos hacia el toro y el toro tuvo clarísimo desde el principio que, si ella fuera más delgada, querría a su vaca para toda la vida. La vaca quiso agradar al toro y conquistarle, y para ello, se puso una faja.
¡¡¡Madre mía!!! ¡¡¡Cómo apretaba aquella faja!!! Al principio a la vaca no le importaba mucho porque sabía que todos los apretones que implicaban la faja la llevarían a estar al lado del toro y todo el mundo le decía que lo mejor que podía pasarle era que pudiera estar el resto de su vida al lado de ese toro.
Sus amigas de la infancia dejaron de reconocerla en la pradera y tuvo que hacerse nuevas amigas. La vaca estaba delgadísima, casi no podía respirar y daba menos leche, pero no le importaba, al fin y al cabo estaba al lado de ese toro maravilloso y a todos su alrededor le parecía bien que renunciase a determinadas cosas, como era su gordura aparente, para al lado del toro. En realidad a los demás tampoco les parecía que la vaca sufriera mucho.
La vaca tuvo chotos. Y durante el tiempo de crianza ni se acordó de que llevaba la faja. Se dedicó a criar a sus chotitos y a vivir con su toro con toda su alegría y felicidad… Las costuras de la faja ya le habían hecho callo y durante mucho tiempo no fue consciente de lo que la faja le limitaba en sus movimientos.
Pero el problema real era que la faja cada día apretaba más a la vaquita, hasta el punto de que en ocasiones no podía respirar. Sabía que si se la quitaba le mostraría al toro su auténtica personalidad, y que eso no iba a ser aceptado por el toro, y de rebote, por todos los de su entorno y por eso aguantaba estoicamente la falta de aire. En muchas ocasiones no se acordaba de que llevaba la faja puesta, ya se había acostumbrado a ella, pero en otras… en otras hubiera cogido unas tijeras y la hubiera roto en mil pedazos.
La vaquita siguió su vida como si nada… aunque de vez en cuando lloraba por la ausencia de aire.
Un buen día, la vaca decidió que no podía más y se quitó la faja. Intentó explicarle a todo su entorno el por qué de su decisión de quitársela, pero nadie la entendía…
¿Pero si eras feliz con la faja? ¿Pero si nunca te has quejado de ella? ¿Pero si llevas tantos años con la faja puesta, por qué te la vas a quitar ahora?
Si. Era cierto. Aparentemente la vaca se había acostumbrado a la faja, lo que no significaba que quisiera llevarla puesta el resto de su vida. El toro no quería a la nueva vaca. Él quería a su vaca con su faja, no era capaz de aceptar la verdadera identidad de la vaca y pese a que la vaca intentó que el toro la aceptara sin la faja, tal y como era, gorda y rolliza, el toro no transigió ya que sólo quería a su vaca con su faja. El toro no podía comprender que la vaca no quisiera llevar la faja si siempre la había llevado, había sido feliz con él y nunca se había quejado.
La vaca no cedió y no quiso volver a ponerse la faja. Aquellas amigas de la infancia volvieron a reconocerla. Todos los que la quisieron, tal y como eran, celebraron que la vaca volviera a ser como era entonces, pero… ¿y los del día a día?
Pues los que habían estado en su entorno durante el tiempo en que había llevado la faja tuvieron distintas reacciones… Unos aceptaron a la vaca tal y como se mostraba ahora, al fin y al cabo, era la misma que la de la faja, pero más real… Otros no entendieron nada y le dieron la espalda, pidiéndole todo tipo de explicaciones y juzgando y criticando su actitud revolucionaria al quitarse la faja, y algunos … algunos se limitaron a desaparecer.
La vaca sufrió muchísimo con su nueva situación sin faja, pero lo único que tenía claro era que quería ser ella misma y ser aceptada por los demás, tal y como era…
Y tú… ¿vas a ponerte una faja porque es lo que los demás esperan de ti? ¿llevas puesta una faja que te aprieta? ¿has conseguido quitarte ya la faja? ¿puedes vivir feliz sin la faja? ¿vas a volvértela a poner por lo que digan o esperen de ti los demás?
(ADV gracias… Eres el culpable absoluto de las reflexiones de este post)
3 comentarios:
Esto es así.
Hagas lo que hagas,siempre va a haber personas a favor y personas en contra.
Si te pones la faja,por que te la pones,si te la quitas por que te la quitas,si es verde por que las gusta más roja.
Nunca acertarás para todos con la decisión que tomes.
Lo único que está claro es que las personas que te aprecian,estarán allí hagas lo que hagas.
Fuera complementos!!!
Mejor con ropa de andar por casa.
Buen post.
Yo me he quitado hasta la vergüenza.
Y se vive mucho mejor.
Besos.
Muy buena reflexión Mara , en mi opinión o eres tú , con todas sus consecuencias o nunca podrás se feliz.
Podrás llevar la faja para hacer felices a los demás pero a la postre tú propia infelicidad terminará haciendo infelices a los de tú entorno.
Mas vale vivir como eres (feliz) por que sino acabaras siendo como vives (inleliz)
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